¿Para quién trabajamos?

Matthijs de Bruijne

Durante las marchas por el respeto a los limpiadores de la ciudad de Amsterdam, caminaban casi siempre las mismas personas a la cabeza de la manifestación: Leyni, Laura, Hassan, Thijs son los nombres de  algunos de ellos.

Estos trabajadores, parte del sindicato de limpiadores, marchaban bajo un frío que calaba en los huesos demandando respeto. Así como en 2010 ellos hicieron una huelga para pedir por sus derechos. Ya que a través de sus experiencias laborales hubo una consciencia de entender que en la sociedad holandesa actual uno nunca puede mejorar sus condiciones laborares y de vida a través del diálogo.

El 2 de enero 2012 comenzó entonces esta huelga y esta vez duró 105 días obteniendo un mejor convenio colectivo del trabajo. Pero lo más importante fue el crecimiento de consciencia, el compromiso de formar parte de un sindicato, un movimiento que puede cambiar la propia realidad de una forma positiva.

Las imágenes son claras: esta no es la élite de Holanda, es la nueva clase trabajadora. En su mayoría migrantes que trabajan bajo los más raros contratos de trabajo y siempre por un salario mínimo.

Y yo como artista visual, ¡trabajo para ellos!

¿Podríamos en Holanda encontrar situaciones peores que la de los limpiadores?

Seguro que sí, por ejemplo: Los institutos de arte en Holanda toman hoy por hoy el hecho de los recortes en el sector de la cultura, como excusa para incorporar al trabajo “practicantes”. Estos practicantes son personas que hacen el trabajo de la misma manera de alguien que se fue de su puesto original. La única diferencia es el nuevo salario del “practicante”, no pagado.

Las malas condiciones laborales de los limpiadores entonces no son en una excepción.

Nuestra sociedad cambió desde los años 90 por la entrada de un pensamiento neoliberal. En el sector de la limpieza surgieron a partir de ese momento empresas que organizan el trabajo subcontratado. A su vez estas empresas compiten entre ellas en el Mercado libre de trabajo. El precio de la limpieza provoca consecuencias para los limpiadores: Más trabajo realizado en menos tiempo. Consecuentemente este aumento de tiempos laborales a contra-reloj produce resultados tales como: trenes sucios y baños con olor a rancio en oficinas.

Por otro lado en el sector del arte, estas reglas de economía neoliberal impusieron la idea de que nuestra carrera es la tarea. Nosotros los artistas, tuvimos que hacer visible nuestros nombres. Nosotros tuvimos que transformarnos en nuestra propia marca y por esto tuvimos que cuidar nuestro propio interés. Pasamos a ser individuos artísticos, empresarios.

El arte como lugar para la reflexión y para procesar un pensamiento ya quedó atrás. La creencia de que nosotros con el arte podíamos hacer cambios, se desplazó totalmente.

Naturalmente el mundo del arte siguió teniendo interés en el arte de compromiso social, pensadores como Ranciere fueron siempre muy bienvenidos pero su pensamiento crítico aparece como neutralizado, como un “tema para la discusión” en los institutos de arte. De alguna manera esto generó un arte de aislamiento social.

Un “formalismo de izquierda” como a los Rusos les gusta decir.

El proceso de individualización provocó un gran impacto en nuestras vidas. Tomamos al pie de la letra el “debemos probar más y más fuerte”, la mentalidad de “el que persevera triunfa”.

Más que nunca todos nos convertimos en rivales de todos, la competición mutua se instaló como una forma normal de contacto entre las personas.

Así fue que, cuanto más nos focalizamos en nuestra propia carrera individual, más aislados de la sociedad nos quedamos. El público ya no pudo descifrar nuestro lenguaje.

Nos direccionamos hacia un mundo del arte internacional con normas y criterios desconectados de nuestro propio contexto.

Pero en los últimos años quedó claro que nosotros, los artistas, tenemos más problemas en común con los limpiadores de lo que queremos ver.

Todos nosotros trabajamos en un sector mal pagado. Llenamos los agujeros del Estado que se está retirando. Trabajamos para empresarios inmobiliarios, el marketing urbano y para inversiones de agentes de publicidad. Nosotros creamos legitimidad cultural para coleccionistas, legitimidad social para gobiernos autoritarios o nosotros moldeamos la imagen pública de la hija de un criminal en Argentina.

Ellos todos nos dan nuestro status pero nosotros continuamos trabajando por nada y en la economía competitiva el individuo se tiene sólo a sí mismo para echarse la culpa cuando algo sale mal. Nosotros, artistas y trabajadores de la cultura, hoy mismo no analizamos con profundidad nuestras condiciones laborales.

Hace dos años atrás decidieron los liberales holandeses, y esto fue posible por la coalición de gobierno con los populistas de la derecha, terminar con el status de los artistas, terminar con el subsidio para los “parásitos”. El Mercado libre ahora va a decidir qué arte es bueno y qué arte no es bueno. En las primeras páginas del diario liberal respetable aparecía lo siguiente: “Finalmente, menos arte”.

Nosotros fuimos traicionados por nuestros amigos liberales, los cuales siempre nos habían dejado trabajar de una manera autónoma. Nosotros los artistas reaccionamos, nos manifestamos en las calles. Pero rápidamente nos dimos cuenta de lo difícil que es organizarse y colectivamente crear un contra-poder. Y al mismo tiempo nos dimos cuenta también de que estábamos tan orientados internacionalmente que además ya ni sabíamos cómo comunicarnos con el vecino de al lado.

Nosotros no pudimos explicarles a ellos cuál era nuestro objetivo. Nosotros no fuimos capaces de expresar porqué la gente necesita al arte.

Leyni, Laura, Hassan, Thijs: los limpiadores necesitan al arte. Ellos quieren escuchar historias, quieren pensar. A causa de su trabajo ellos se embrutecen y a través del arte ellos pueden tener nuevas experiencias que los vuelven a conectar con la vida.

Ellos me pidieron que trabajara para ellos, que los acompañara en la lucha y con esto inventar una nueva forma de lenguaje visual que pudiera referir a la realidad para transformarla.

Y ellos me pagan por esto.

Fue una decisión fácil: ¿Tú quieres continuar trabajando, no pagado, para un grupo de gente que siempre te traiciona una y otra vez?

Yo no digo que en el futuro todos tengamos que trabajar fuera del campo del arte.

Nosotros tenemos que preguntarnos para quién queremos trabajar. Tenemos que reconectar la crítica con la práctica, reconectar nuestras prácticas con la gente de alrededor nuestro. Dentro y fuera de los institutos. El momento ya esta acá, es hora de dirigirse colectivamente fuera de nuestro propio círculo.

Y para aquellos que aún persiguen el sueño de hacer una carrera propia está el dicho inventado por los Precarious Workers Brigade de Londres:

La zanahoria que te han prometido ya no existe.