Contribución crítica libertaria a una historia del cinismo en Cuba.

Diálogo abierto con Elvia Rosa Castro.


Mario Castillo (Marcelo “Liberato” Salinas)

Si no vives como piensas, terminarás pensando como vives…
Tierra Nueva y etc…

1.
Es una realidad establecida y cada vez más asentada en nuestro contexto, la desvinculación general de las artes visuales de la vida cotidiana, a pesar de los disímiles empeños intelectuales, honestos o espurios, para revertir esta situación. Sin embargo llama la atención cómo a pesar de esa desvinculación, una significativa parte de las producciones artísticas e intelectuales que se generan entre nosotros están siendo un escenario efectivo para la naturalización y sublimación de las transacciones y capitulaciones que impone la transición cubana hacia un orden de cosas capitalista, tan negado oficialmente, como aclamado e incomprendido a nivel social.

El libro de Elvia Rosa ‘Aterrizaje. Después de la crítica de la razón cínica‘ nos propone un acercamiento a un fenómeno del imaginario social contemporáneo como es el cinismo, el cual ha adquirido una preeminencia inquietante. Escasamente abordado entre nosotros en su naturaleza, la autora nos demuestra que asumir un estudio del cinismo implica adentrarse en un amplio debate moral, historiográfico, cultural y, en fin, de proyectos de vida. Por tanto nos parece importante no pasarlo por alto, en medio de la peligrosa anemia de ideas y de perspectivas anti-autoritarias.

Por su inusual extensión este texto pareciera, a primera vista, un producto derivado de la confortable serenidad académica y de las injustas condiciones que permiten a unos dedicarse en exclusivo a cosas del intelecto. Estas páginas son horas quitadas a la tiranía silenciosa de la sobrevivencia, y a la “luchita” contra el dragón de siete cabezas llamado el fin de mes, que comienza siempre con más de diez días de antelación. Es un texto más apegado al espíritu de la Federación Sindical de Productores Manuales e Intelectuales de Santiago de Cuba, surgida en el año 1921, fundada por anónimos laborantes del mundo popular, que a la actual Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, con perdón de tantas personas dignas que en esa organización se congregan.

2.
El libro de Elvia Rosa Castro es producto de un sostenido empeño llevado a cabo por ella para indagar la naturaleza del cinismo, que la acreditada editorial Luminaria de Sancti Spíritus tuvo a bien publicar. Aterrizaje… es una de las expresiones más recientes de un grupo de afinidades intelectuales que emergió a inicios de la década de los 90 en el entorno de la Facultad de Historia y Filosofía de la Universidad de La Habana. Este grupo surgió en días en que iniciaban sus andanzas en nuestros medios, productos académicos como el post estructuralismo y todos sus amplios derivados como el post marxismo, la historia de las mentalidades, la intertextualidad y la transdisciplinariedad entre otros, pero especialmente el llamado “fin de los metarrelatos”, más conocido como postmodernismo, refrescante refrito intelectual, con una radicalidad de oropel, que fue convertido en la última palabra en cuestiones de teoría social por las maquinarias académicas francesas y norteamericanas.

En nuestro contexto, ese giro postmoderno tuvo la saludable virtud de convertirse en una plataforma para desmitificar la historia oficial de bronce y toda la episteme marxista-leninista local, con empeños como el de Alexis Jardines con su demoledor texto Réquiem por el marxismo, felizmente publicado; Blancamar León Rosabal con su texto El mito del mambí; Adrián López Denis que abrió los estudios interdisciplinarios sobre las epidemias y el poder en Cuba, en clave foucaultiana; Pilar Díaz Castañón inauguró una mirada a la revolución de 1959, desde la perspectiva del sujeto contemporáneo al proceso, como así mismo lo hizo Pablo Riaño respecto al periodo de la primera intervención norteamericana, investigando posteriormente, desde una inédita perspectiva sociocultural las lidias de toros y las peleas de gallos en Cuba; Ricardo Quiza se adentró en un estudio sobre la presencia de Cuba en las Exposiciones Universales realizadas en EE.UU., asi como en la historia del campo intelectual cubano, como igualmente lo hizo Jorge Núñez Jover dentro de ese grupo.

A estas producciones en el campo historiográfico podríamos agregar la significativa producción en el campo de la sociología con Marlene Azor y sus censurados estudios comparativos sobre los socialismos de Estado, por otro lado la figura de Emilio Ichikawa Morín igualmente en los ámbitos de la filosofía y la introducción de la perspectiva de los estudios culturales, el profesor Paul Ravelo y sus estudios sobre la postmodernidad, Iván de la Nuez, entre otros. Ya fuera del ámbito académico, pero igualmente significativo fue el empeño colectivo de la revista Diásporas, el espacio de formación La Clínica, el grupo literario El Establo, el proyecto expositivo Espacio Aglutinador o el fenómeno musical Habana Abierta, y estoy seguro dejo fuera muchas otras expresiones memorables en ámbitos que no conozco o no recuerdo.

Sin tener en cuenta toda esa ebullición cultural que generó el giro postmoderno en diversos ámbitos de nuestra realidad no podríamos entender el sentido y las maneras de lo que nos propone Elvia Rosa Castro en Aterrizaje. Después de la crítica de la razón cínica, un texto que es una espaciosa continuación de sus empeños en el libro El mundo como representación, 1997-98 y de El Retorno de las Bacantes, 1998, un breve pero interesante artículo publicado en el periódico El Caimán Barbudo.

Elvia Rosa con este persistente abordaje al cinismo asume una tarea que nadie más dentro de su grupo de afinidades intelectuales se propuso, ni fuera de él, que es el de historizar el despliegue del cinismo en la Cuba de los años 90 y dentro de su propio ámbito intelectual, pero también la trayectoria histórica de sus potencialidades como herramienta de exploración de la realidad dentro de la cultura occidental. ¡Notable empeño!, que hasta donde sé, tiene uno de sus pocos equivalentes en Crítica de la razón cínica de Peter Sloterdjik.

En la página 36 declarará lo que puede ser uno de los propósitos más explícitos del libro. Textualmente dirá: “Me interesa aquellos que pusieron énfasis en la necesidad (…) de representar, de usar máscaras. La doblez. Pues es la apariencia declarada y no los ánimos de mostrar nuestra pretendida esencia, uno de los asuntos que persigue el presente estudio”. En esa misma página, más adelante continuará esclareciendo sus intenciones investigativas y nos dirá que “(…) siguiendo la lógica del texto [lo anterior] no comporta una crítica de mi parte en tanto no lo considero en su arista negativa, que ha sido lo común. Pero más aún, si lo creyera algo nocivo, tampoco constituiría una diatriba, sino un diagnóstico (…)” Pudiéramos decir que en esta parte del texto está contenida buena parte del proyecto investigativo de la autora, donde nos deja la imagen del impasible médico forense en su trabajo de autopsia, consciente de la necesidad de su labor, a pesar de que el cuerpo en estudio esté en descomposición. Más adelante regresaremos a la investigadora y a su objeto de estudio.

Dentro de los valores que posee la obra hay un problema que atenta contra una pertinente calibración del empeño investigativo de Elvia Rosa: la organización interna del libro, derivada de la propia intención transdisciplinaria con que se mueve la reflexión de la autora. En la página 31, de pasada, Elvia Rosa, habla de tres momentos históricos del cinismo: “el antiguo”, el “moderno” y el “postmoderno”, lo cual bien podía haber sido un principio organizador general del material, pero no fue así. En vez de eso el libro está compuesto de dos partes bien definidas no recogidas en índice alguno, donde se aborda en la primera sección la trayectoria histórica del cinismo como corriente de ideas desde la Grecia clásica hasta las sociedades occidentales en el siglo xx, y en la segunda parte, su presencia en momentos y figuras notables dentro de la historia de Cuba.

Siguiendo una forma sinuosa pero sostenida, la autora llevará a cabo una reconstrucción del cinismo antiguo, derivada de su empeño por ponerlo en diálogo con la actualidad y con el cinismo contemporáneo o “posmoderno”, lo cual le permitirá hacer enjuiciamientos de notable vitalidad sobre los fundadores del cinismo antiguo como el de la página 23, donde afirma:

“El cinismo [antiguo] enseñó maneras inéditas de protestar, dando lecciones, moralizando en el efecto de perplejidad que provocaba, y en su anarquía, pero acaso su gran mérito es el de haber enseñado un mundo lleno de posibilidades y opciones ante el fastidio de la razón, ante la tiranía de la norma.”

Y esto lo dirá teniendo a la vista que el cinismo hay que despojarlo, como dice en la página 31 de “(…) la común y precaria creencia de que se trata únicamente de descaro y desfachatez, como ha llegado hasta nuestros días en la opinión popular(…)”, porque “el cinismo en sus orígenes, renunciaba a toda imposición social-de ahí [su] impudicia-y en esa renuncia (…) por supuesto que se nos encima el tema de la crítica social, de la resistencia.”

Pero el estudio del cinismo tiene efectos inesperados en el que lo investiga, si quien lo hace no ha hecho previamente un balance crítico en torno a la tensa relación entre proyecto emancipatorio y redención efectiva y, sobre todo, si presupone tal como lo confiesa colateralmente la autora casi al final del libro, en la página 108, de que “proyecto emancipatorio” y “redención” son sinónimos. Esta presuposición puede ser muy aventurada para quien la asuma, porque puede ser o víctima de la inocencia de creer en cualquier estafador que le hable de libertad, o por el otro lado, victimario, al creer que todo empeño de redención requiere previamente de un plan diseñado por especialistas en el tema. Las dos posiciones pueden conducir al cinismo por igual y sin rasgo liberador alguno.

Algo de esto intuye Elvia Rosa, cuando en la página 29 comentando la naturaleza de la renuncia de los cínicos clásicos señala que “El peligro no radica precisamente en la renuncia, sino en la facilidad que ella supone, sobre todo cuando esta se reviste de otras pretensiones, aquellas que tienden a convertirse en mito o modelo a seguir”. Pero un tema tan importante como el de la transformación de la liberación en nueva opresión1, la autora lo disuelve en su empeño mayor de seguirle la pista al cinismo donde quiera que aparezca, en la amplitud de pensadores que ella refiere y en no emprender de manera sistematizada un análisis que lo calibre plenamente en sus potencialidades liberadoras u opresivas, dejándolo en una especie de limbo moral.

Es tal vez por eso que en la página 36, donde ya antes definimos que se encuentran expresados los propósitos del libro dirá: “Mis reflexiones no remontan aquellos textos o parlamentos donde se dé una visión descarnada de la vida, desencantada; aquella donde los humanos seamos mostrados en todo lo que podamos tener de repulsivos. [Pero] No es la escatología ni esa sinceridad para mostrar la crudeza del contexto lo que me llama la atención” y acto seguido en su declaración de propósitos establece otra analogía (extraña en alguien que sustenta su trabajo en el esclarecimiento riguroso de los conceptos) entre la “necesidad” y la “inevitabilidad”, a propósito del hecho de usarse máscaras.

Derivado de esa otra homologación es que se puede encontrar un pasaje como el de la página 52 donde señala que “El cinismo no es una elección arbitraria (…). La mayoría de las veces el sujeto no es libre de elegir, él cae. Este cinismo es el resultado de un estado de cosas que provoca una reacción (negación o afirmación) en la conciencia de las personas sin que ellas la aprehendan como tal en muchos casos. No se asume por tanto, una actitud o postura cínica. Se vive ciegamente como resultado de una imposición real, venida desde “afuera”. Esta precisión sobre el cinismo contrastará con otra que hará en la página 91 donde a propósito de la paciencia de los esclavos africanos en Cuba expresará: “Puede decirse que el cinismo es una actitud vital, necesaria y (…) muy legítima. Aunque, como todo, sería bien visto o no en dependencia del diseño de los fines, de la necesidad”.

Estas tensiones internas estarán presentes a lo largo del libro y devienen en fuente de imprecisiones, que convierten al texto más que en un “diagnóstico” como se anuncia en la página 36, en un documento que compendia los precipitados trasiegos de ideas que vivió un grupo de afinidad intelectual como el de Elvia Rosa, frente a la coyuntura de los años 90 en Cuba.

3.
Marcado por este signo la autora llevará a cabo un análisis del cinismo moderno, para lo cual tendrá en cuenta a una amplia gama de autores. Por no extender en demasía esta reseña sólo me concentraré en el acercamiento que la autora de Aterrizaje… hará de El Príncipe de Maquiavelo, desde la perspectiva del cinismo que viene analizando. En tal sentido resulta sorprendente ver el bajo nivel crítico que muestra el texto respecto de lo que han dicho liberales y marxistas en relación a El Príncipe del florentino: “El fin de Maquiavelo, tan pérfido el pobre, era la ambición de cualquier espíritu renacentista y a la postre moderno: la unificación de esas ciudades en un Estado, tierra devastada por innumerables guerras y trifulcas. ¿Sería entonces la formación de Italia un fin bastardo?”

A partir de aquí Elvia Rosa nos mostrará que para calzar su tesis central tendrá que dedicarse con total entrega en la defensa de la obra del florentino: “(…) [En] lo que importa en el presente estudio, el príncipe debía portar siempre una dualidad. Era imperativo de fuerza mayor que se desdoblara”, “imitar a la zorra y al león a un tiempo”, pues “clarísimo está que no se trataba de un fin cualquiera, como que también estaba hablando de un príncipe nuevo para un Estado nuevo por nacer. Una nación”.

Desde esta perspectiva para la autora “…se desmorona todo intento de satanización, se deshace el ropaje insultante con que lo han querido presentar [a Maquiavelo] durante siglos” y no duda en sumarse a esa modernísima y aciaga glorificación de los fines, que convierte a Maquiavelo en un precursor de lo peor del programa de la modernidad, de Napoleón, de Mussolini, de Stalin o Hitler y tantos otros adoradores de fines supremos. Sorprende ver cómo en “una de las que mayor atención ha prestado (…) al fin de los metarrrelatos”, según acredita Victor Fowler en la contraportada del libro, emplee una perspectiva histórica sobre el cinismo donde sigue reproduciendo una visión muy acrítica del llamado Renacimiento como uno de los puntos de partida directos de la Modernidad.

La discusión en torno a este periodo histórico, en su apariencia de debate sólo apto para salones cultos, es una cuestión de implicaciones directas para el ahora que estamos habitando. El llamado Renacimiento es el punto de partida para la sublimación y la normalización más prestigiosa de este presente, regido en todos lados por la lógica de la mercancía y el trabajo asalariado en todas sus funestas variantes incluidas las “revolucionarias” y “socialistas”.

Si bien el Renacimiento puso fin a la escolástica de la Edad Media y liberó el pensamiento humano de las cadenas de los conceptos teológicos, implantó simultáneamente los gérmenes de una nueva escolástica política y dió el impulso para la moderna teología estatal, cuyo dogmatismo en nada está por debajo del eclesiástico, pues actúa de un modo igualmente esclavizador y devastador de la libertad espiritual de las personas.

El Renacimiento encaminado en esta senda, devino rápidamente en la rebelión del hombre, individuo aislado, desequilibrado emocionalmente, contra la sociedad, el cual sacrifica el espíritu de la comunidad a un abstracto concepto de libertad que omitió la responsabilidad ante los semejantes, una actitud que tiene por condición previa la justicia para todos y para cada uno. Sólo donde esa condición existe la llamada sociedad, se hace una comunidad efectiva y se desarrolla en cada uno de sus miembros el precioso instinto de la solidaridad que sirve de base moral a toda sana agrupación humana.

Donde falta esa condición, se transforma la libertad personal en arbitrariedad ilimitada y en opresión de los débiles por los fuertes, cuya supuesta fortaleza, en la mayoría de los casos, se apoya mucho menos en la superioridad del espíritu que en la desconsideración brutal y en el desprecio notorio de todo sentimiento social. Así, de la presunta “libertad del hombre” que pregonaron los propagandistas del Renacimiento no podía resultar otra cosa que la libertad del hombre-amo, para quien todos los medios son legítimos si prometen éxito en sus planes de dominio, aunque su camino vaya sobre cadáveres y ofenda todo sentimiento de justicia.

Lo anterior, aunque no lo ponga entre comillas, es parte de Nacionalismo y cultura un monumental libro escrito hace más de 80 años por un encuadernador y librero anarquista alemán llamado Rudolf Rocker. Un libro ignorado, o en el mejor de los casos escamoteado, por la alcurnia académica postestructuralista global. Un libro que tiene el valor de poner el acento en algo que ni Marx o Weber, dos de los clásicos reconocidos en el tema, prestaron atención: la moralidad que re-emergió en el Renacimiento y sus efectos sociales. Lo refiero, porque es muy pertinente para entender críticamente cómo un hombre renacentista pleno como Maquiavelo, puede expresar con toda serenidad algo que cita con igual aplomo Elvia Rosa de El Príncipe: “el vulgo se deja llevar bobaliconamente por las apariencias (…) es necesario tener gran habilidad para fingir y disimular: los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.

El ejercicio de recuperación que hace Elvia Rosa de El Príncipe no es inédito, décadas atrás, en pleno auge de la reconstrucción de las ilusiones progresistas de la segunda postguerra, muchos de los admiradores del florentino, desde los influyentes sectores progres italianos, se sintieron tentados a un rescate de Maquiavelo, de lo cual se hizo eco la edición cubana de El Príncipe de 1971 hecha por Ediciones H de la Universidad de la Habana, a cargo del profesor italiano Francesco de Sanctis. En esa ocasión ese catedrático expresó:

“Innegablemente hoy el mundo ha mejorado (…) hay ciertos medios que ya no serían tolerados y producirían un efecto opuesto al que esperaba Maquiavelo de ellos: lo alejarían de su fin. El asesinato político, la traición, el fraude, las conjuras, son medios que tienden a desaparecer. Presentimos ya tiempos más humanos y civilizados en los que no serán posibles la guerra, el duelo, las revoluciones, las restauraciones, la razón de Estado y la Salud Pública jacobina. Será la edad de oro. Las naciones estarán confederadas y no habrá más competición que la de la industria, la del comercio y la de la industria (…) ese es el verdadero maquiavelismo vivo y hasta joven todavía”.

Excepto algunos detalles importantes que pasó por alto el profesor italiano, es un galante programa progresista, pero las certezas, que a propósito de El Príncipe, sostienen ese texto, no generaron consensos muy amplios ni en el momento en que fueron formuladas. En los días que corren, este párrafo sólo lo suscribiría un sector muy alienado de las minorías ultra ricas que subyugan el mundo que vivimos. Hoy, el transparente idealismo del profesor Sanctis es impugnable desde muchas aristas y muy pocos harían una recuperación de Maquiavelo desde ese ángulo.

Elvia Rosa se ha planteado un rescate de Maquiavelo, desde una perspectiva de la historia del cinismo que por momentos tiene significativos déficits críticos. Así, si bien pudiéramos aceptar lo que sostiene la autora de Aterrizaje… de que ha ocurrido una vulgarización o simplificación de la obra de Maquiavelo, condensada en la frase ´el fin justifica los medios´, supuestamente no acuñada por él, hay una realidad indiscutible: si Maquiavelo inaugura la llamada teoría política moderna es porque fue pionero en la sistematización de la idea de que los fines estatales son autónomos, se explican por sí mismos o en términos más genéricos, cada propósito tiene una moralidad específica, por lo tanto, para el florentino y sus seguidores no hay necesidad de reflexionar en la dialéctica entre fines y medios.

Llegados a este punto debemos decir que cualquier intento de glorificar determinados propósitos benéficos, prorrogando la atención a los medios para cuando lleguen momentos más favorables, es directamente hacer trabajo intelectual para una tiranía, tenga el nombre que tenga y eso no parece tenerlo muy claro Elvia Rosa cuando en la página 39 pretende persuadirnos de que Maquiavelo “estaba hablando de (…) un doble ideal: un príncipe nuevo para un Estado por nacer. Una nación” y cosas por el estilo.

Sorprende en este pasaje del libro de Elvia Rosa ver cómo sus conocimientos sobre el llamado “giro postmoderno” no le permitieron mirar críticamente la homologación que Maquiavelo hace entre Nación y Estado, siendo esta una de las fuentes más poderosas, si las hay, que ha dado lugar al cinismo moderno que actualmente heredamos y sufrimos. Más de un siglo antes que todos los más radicales postmodernos inscribieran sus palabras en el bronce, un ruso, nada cínico, escribió en una Carta abierta a mis amigos italianos: “El Estado no es la patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la patria. Las masas populares de todos los países aman profundamente a su patria, pero eso es un amor natural, real. El patriotismo del pueblo no es una idea, es un hecho. Pero el patriotismo político, el amor al Estado no es la expresión de ese hecho: es una expresión distorsionada por medio de una abstracción falaz, en beneficio de una minoría explotadora.” Ese ruso era Mijail Bakunin.

A diferencia de este, protagonistas del giro postmoderno en la isla concentraron buena parte de sus baterías analíticas contra el patriotismo del cubano de a pie que vive en la isla, homologándolo, en el mejor de los casos, con el patriotismo político administrado centralizadamente por el Estado. Denostaron los rejuegos intelectuales de un Cintio Vitier con el poder, pero han ignorado la obra de un Samuel Feijoo o un Samuel Furé en pos del conocimiento del campo cultural popular y convirtieron en santo héroe de su capilla a Jorge Mañach. Esto les sirvió de coartada intelectual a muchos, de forma tal que pudieron poner a salvo sus sensibilidades superiores y pintar con tintes libertaristas su salida de la isla por básicos motivos de subconsumo, invocando el cosmopolitismo postmoderno, que en todo este tiempo no ha sido otra cosa que el patriotismo del consumidor obediente, salvo honrosas y abundantes excepciones, que las hay, y que merecerían mejor tratamiento que estas palabras.

4.
En ausencia de un estudio profundo y de rigor sobre los postmodernos de la isla y sus relaciones con el poder instituido en Cuba, se pueden encontrar indicios en el propio texto de Elvia Rosa, que al tratarlos ella desde su perspectiva del cinismo llegan a distorsionarse las lógicas involucradas en los procesos que hemos vivido. Un caso puntual dentro del libro lo tenemos en su acercamiento a la pieza del artista visual Wilfredo Prieto llamada Apolítico del año 2009. Según la descripción de Elvia Rosa, Prieto nos presenta con este trabajo suyo un conjunto de banderas de más de 60 países instaladas correctamente en sus astas, pero despojadas de sus colores originales, de los cuales solo dejó los tonos blancos y grises. De esta obra la autora Aterrizaje… dirá: “Apolítico no sólo está delatando un estado de cosas, sino que evidencia el modo en que ese estado le afecta al creador, y su respuesta no puede ser más clara: declararse ajeno a todo accionar. Se trata de una declaración de cansancio.”

Cotejando tales criterios de Elvia Rosa con la trayectoria de este personaje entre 2009 a este año 2013, uno de los jóvenes artistas más exitosos de la escena nacional de las artes visuales, con una de las propuestas más caras y espectacularistas que se pongan en práctica en estos momentos en la isla, tendríamos que decir que Apolítico de Wilfredo Prieto no es precisamente ni una confesión de extrañeza frente a “todo accionar”, ni es una “declaración de cansancio”. Es cínico a no dudarlo, pero habría que explicar la naturaleza precisa de ese cinismo. En cualquier caso, Apolítico se trataría de una confesión de desinterés frente a todo accionar, siempre que este no se valorice en el creciente mercado transnacional cubano de las artes visuales y una declaración de cansancio, no tanto frente al discurso oficial del cual se alimenta su obra, como frente a todo acto que se tome en serio la crítica al patriotismo estatal, al autoritarismo y al capitalismo cubano y global, y se proponga apuntar una alternativa a todo este pantano moral que nos inunda.

Proyectos de ese artista como el denominable Un lucero para Cuba, obra que implicaba colgar del cielo habanero un aerostático encendido, simulando una nueva estrella frente al malecón capitalino, para ser vista desde un regio espacio de consumo turístico-empresarial de la clase alta local como la terraza del Hotel Nacional o El Circo, donde el artista proyectó organizar una suculenta comelata donde estuviera el alto funcionariado cultural oficial y la ralea de la farándula oficiosa capitalina, bajo la vieja carpa de un circo, no guardan relación de continuidad con el “cansancio” que Elvia Rosa detecta en Apolítico, pero sí con un accionar sistematizado, muy atento y propiciatorio a las turbias transacciones de principios que se están produciendo en la élite político-económica nacional y en el mundillo de los artistas visuales reconocidos por el status quo instituido en Cuba.

Cuando uno pasa por una zona del texto como la dedicada a Wilfredo Prieto y lo coteja con el resto del libro, uno llega a preguntarse si el diagnóstico del cinismo que anunció realizar la autora, es una perspectiva de análisis para abrir, al menos, lecturas sobre el campo cultural cubano o sencillamente un instrumento de medición para distribuir aprobaciones y legitimaciones por parte de críticos establecidos , tema que en la página 26 la autora confiesa tener un vivo interés, a partir de la soporífera idea, de que exista “algún mecanismo regulador [que] se encargara por siempre de normar gradualmente cada transgresión”, una hipótesis que jubilosamente Elvia Rosa encontró en el cuestionado texto La condición performática de la artista Glenda León, publicado hace unos años atrás. Esa hipótesis tiene el raro valor de que podía haber sido, en síntesis, un buen preludio para abordar todos los procesos que han tributado al cinismo contemporáneo, especialmente en el siglo XX y lo que va de XXI y a los cuales Elvia Rosa no prestó atención explícita, dejando en este punto al texto en unos límites sobre los cuales pudo haber trabajado con más profundidad.

5.
Es que Aterrizaje…, a pesar del loable empeño transdisciplinario de su autora, muestra aún las huellas de su formación filosófica, lo cual hace que el libro esté ensamblado sobre pensadores, ideas e imaginarios sociales, en poco vínculo con procesos sociales, lo cual atenta contra el empeño de la autora por articular una trayectoria histórica rigurosa del cinismo en la cultura occidental y en Cuba. Es particularmente lamentable que el libro no dedique ni una oración a la contribución que han hecho al cinismo moderno y contemporáneo asuntos tan decisivos como la llamada Gran Revolución Francesa y su modelo jacobino de estado-nación, tan influyente como nefasto, el cual la autora naturaliza como ya vimos a propósito de Maquiavelo; la llamada Gran Revolución de Octubre y su deriva siniestra: el capitalismo estatal totalitario mas o menos justiciero y sus expresiones en Cuba; el fascismo con sus síntesis tan sangrientas como grotescas entre sindicalismo-nacionalismo-estatismo; las revoluciones anticoloniales en el Tercer Mundo y sus soberanas colonialidades posteriores; las falacias de la democracia representativa y participativa y su reverso, el régimen salarial y sus consecuencias existenciales cotidianas que nos inundan por todos lados.

Particular relevancia en el texto tiene su acercamiento a las política del llamado Estado de Bienestar y sus efectos destructivos sobre la responsabilidad individual y la vida social, lo cual la autora nos lo muestra de manera efectiva nada menos que a través de la traducción que hace de al menos dos de los temas insignes del extinto grupo Nirvana y su desaparecido vocalista Kurt Kobain, dándonos una lección de cómo a cada paso tenemos documentos sociales, siempre que sepamos leerlos.

Aunque no lo analice explícitamente la autora de Aterrizaje…, también nos muestra que un análisis mínimamente detenido del llamado Estado de Bienestar saca a relucir que, más allá de la confortable vida zoológica organizada verticalmente (y las señaladas desigualdades norte-sur, que son un quejido de anhelo nada anti-sistémico de las clases medias sudacas) este está diseñado para el bienestar de los Estados. Y, sea del tipo que sean, contra la sociedad, creando una situación de dependencia colectiva totalitaria, respecto a la megamáquina estatal empresarial. Buscando con ello que funcione correctamente ese “mecanismo regulador [que] se encargue por siempre de normar gradualmente cada transgresión” (Glenda León), para que Kurt Kobain pueda decir a los cuatro vientos “… como defensa he sido castrado e inactivado/ ¿qué diablos estoy tratando de decir?/ Ya es tiempo de confundirlo todo/…” y, por motivos amorosos con Curtney Love, suicidarse…

Lo que no nos deja saber Elvia Rosa es si lo anterior es un motivo de alborozo, ante su descubrimiento personal del maravilloso dispositivo orwelliano de control y programación social que ello implica, o una razón urgente para proponerse una alternativa existencial, convivencial y poética, que sea fuente nutricia para un antagonismo contra el mundo cultural del capitalismo, que supere las espurias expresiones espectaculares-mediáticas actuales y recupere su vieja condición de estilo de vida doméstico y público, asunto que será preciso abordar en cualquier escenario donde alguien se plantee una crítica propositiva, pero antagónica al actual orden imperante.

En tal sentido es que creo que la primera parte del texto Aterrizaje… no logra demostrarnos lo que nos anuncia de alguna forma en la página 9: la peculiaridad del cinismo de las artes plásticas cubanas respecto al que se genera en el llamado Primer Mundo. Esto se debe a varias razones, una porque para ello debió plantearse analizar la lógica sociocultural dominante en Cuba y definirla, y otra porque no analizó el llamado circuito de las artes visuales contemporáneas y cómo interactúan con este entorno los creadores cubanos, a partir de un estudio de trayectoria de alguno de esos artistas de la isla.

Para nosotros en Cuba, lo que impera hoy más allá de la omnipresente mitología oficial, es una variante agotada de capitalismo estatal periférico, tal vez única en el contexto del llamado Tercer Mundo. Los patrones de sociabilidad, solidarios y no mercantiles que una vez hicieron peculiar a este país, que fueron práctica extendida en los años 80, en un sector importante de la clase obrera y la juventud cubana, ya hoy han sido envenenados, estatizados y convertidos en retórica oficial por la burocracia parásita, para su beneficio y han perdido fuerza como estilo de vida. Por tanto, no se muestran con influjo como para hacerle frente a la normalidad capitalista global que se nos viene encima hoy otra vez, gracias a la primacía que le concedimos a esa burocracia en la gestión de nuestras vidas y nuestros sueños.

Por otro lado, a pesar de las diferencias que puedan existir, Elvia Rosa debe saber que lo que podríamos definir como el circuito de las artes visuales, a pesar de su carácter relativamente descentrado, es un escenario plenamente globalizado, con centros de legitimación en constante movimiento. Centros similares a las ferias de arte de Miami, Berlín o Beijing o Hong Kong, pero con valores homogéneos, orientados a la rentabilidad y como parte de la industria del espectáculo global. Las cuantiosas inversiones del Estado cubano, en la formación de artistas “comprometidos” con su Estado, muy poco de peculiar aportan a este paisaje.

En este aspecto, es sintomático cómo en el texto no hay ninguna referencia comparativa de la dinámica local de las artes visuales cubanas con la de ningún país del llamado Tercer Mundo, ni con Latinoamérica, ni siquiera con el Caribe, entorno donde podría apreciarse o no con elementos comparativos precisos, la peculiaridad del cinismo cubano en las artes plásticas. Este vacío en sí mismo dice mucho sobre cuál es el mapa de intereses donde se despliega el empeño intelectual de Aterrizaje…

6.
En la segunda parte del libro la autora lo dedicará a demostrarnos otro de sus propósitos enunciados en la introducción, en su página 9: “si podemos hablar de un cinismo artístico en nuestra isla es porque este existe a nivel social: es, en consecuencia, porque existe un cinismo cubano”. El despliegue demostrativo de esta tesis nos abrirá a un asunto poco visibilizado entre nosotros: el profundo y silencioso asentimiento, casi con cartas de naturalización, que ha disfrutado en la Cuba de hoy una de las tesis centrales del postmodernismo, y que la autora refiere en pasado en la página 58: “Nunca más se hablaría de clases sociales sino de grupos feministas, gays, ecologistas, pacifistas (…) no existe el sujeto y sí los sujetos”.

Lo sorprendente en este caso es ver cómo Elvia Rosa toma esta tesis de la desaparición de las clases sociales por una realidad dada, sumándose a la cohorte de intelectuales orgánicos del Estado nacional “revolucionario”, que hace dos décadas se vienen sirviendo a gusto de ese principio, para poder reflotar una teleología del cubano y la cubanidad, que no es otra cosa que el rearme de la religión laica del Estado, en una operación ideológica similar a la que ya llevó a cabo el corrupto Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) en los años 40.

En una década crítica como la de los años 90 del siglo XX las ideas de la cubanidad volvieron por sus antiguos fueros, cuando se derrumbaron las certezas oficiales derivadas del marxismo-leninismo, introducido en Cuba masivamente a partir de la alianza gubernamental entre las cúpulas del M-26-7 y las del stalinista partido comunista cubano (“Partido Socialista Popular”). En la calle esas ideas se instalaron, por vía de las shoppings locales con el slogan de lo mío primero, enunciado en las bolsas de nylon, por un papá Noel criollo, de guayabera, polainas y machete. En los ámbitos académicos, fue el profesor Eduardo Torres Cuevas el que reinició una búsqueda de la cubanidad, cuestión que lo catapultó hacia altas esferas funcionariales.

El giro postmoderno ha contribuido a este retorno de la cubanidad ubicando en la agenda social el culto a la diversidad. Donde antes la vieja izquierda decía que “todos somos iguales”, ahora todas las tendencias políticas progres afirman que “todos somos diferentes”. Frente a esta nueva demanda social, la vanguardia estatal criolla ha ido creando condiciones para promover una diversidad descafeinada y amaestrada, que ya comienza a mostrar sus frutos enfermos entre nosotros, sobre todo, en áreas como la de género, lo cual por supuesto no es nada original del Estado cubano, si nos remitimos a las políticas de la diferencia que (basadas en las tesis del postmodernismo) han implementado todos las vanguardias estatales del llamado Primer Mundo, convirtiendo a afroamericanos en presidentes, a lesbianas, gays y barbies, en oficiales de las Fuerzas Armadas y de la Policía, así como en torturadores y torturadoras, con el beneplácito del feminismo light.

7.
La original intención de Elvia Rosa Castro de explorar el cinismo en nuestra historia en relación con su estatuto histórico universal, le ha permitido mostrar los efectos morales que han generado en todos lados la rápida instrumentalización estatal de las políticas de la diferencia posmodernas, esto se percibe en pasajes del texto como el de la página 112, donde señala una cuestión fundamental: “no se tiene idea de quién es el enemigo (…) el mismo poder se ríe de las metáforas que se usan para referirse a él, en una operación ladina y cómplice que se resume en el yo sé que tú sabes yo sé”, y antes en la página 111 apunta que “Lo interesante sería ver cómo se modulan, cómo varían los modos de conspiración de unos tiempos a otros y por qué se bifurcan hasta el enredo en la contemporaneidad”.

Lamentablemente la autora le dedicó muy poco espacio a estas cuestiones que nos parecen cruciales y que permitirían explorar los factores locales que pudieran desactivar las complicidades morales que sostienen el funesto yo sé que tú sabes que yo sé. Enunciado que, más allá de la forma, no tiene nada de criollo, ni de típicamente cubano, pues es simplemente una expresión localista que denota las formas en que el patrón mundial de dominación estatal ha logrado modelar en todas partes los imaginarios y fabricar las criaturas humanas a su imagen y semejanza. Esto ha dado lugar a lo que el amigo del prudente Montaigne, Etienne de La Boetie, desde alrededor de 1550, y no un tal Foucault, denominó la servidumbre voluntaria.

Uno de los efectos en Aterrizaje… de la asunción acrítica de las tesis postmodernas sobre la desaparición de las clases sociales, se hace visible cuando la autora se propone analizar la trayectoria histórica del cinismo en Cuba. Partiendo de una operación simultánea de complejización analítica de las élites locales y simplificación metódica de los sectores populares, tomando como material de análisis, por una parte, el pensamiento filosófico en Cuba (una genealogía construida laboriosamente por el nacionalismo burgués local). Por otro lado tenemos su complemento (igualmente de origen burgués): la blasfemia sistematizada sobre “el cubano”, espectro para armar de forma colectiva y abierta, por todos aquellos que históricamente se han propuesto escamotear o sencillamente no comprender al mundo popular cubano en sus determinantes específicas, que son a la vez universales.

Derivado de esto, así serán sus acercamientos “al cubano” a lo largo de todo el texto: en la página 77, “el cubano es alegre y ruidoso, pero un fondo de indiferencia, de nada vital, se va apoderando de su vida”, citado de Lo cubano en la poesía de Cintio Vitier. En la página 87 “el cubano generalmente se contenta con que no lo molesten. La libertad en abstracto le tiene sin cuidado con tal que no llegue a afectar su personal albedrío”, citado de Indagación del choteo de Jorge Mañach. En la página 95, volviendo a citar a Mañach, “[al cubano] la satisfacción presente es lo que le importa. De ahí una mezcla peculiar de virtudes y defectos (…) nuestro indiferentismo hacia las empresas de cierta trascendencia (…) y en fin todo nuestro choteo.”

En contraposición a lo anterior, resulta sorprendente ver cómo la autora despliega una cuidadosa relectura sobre los protagonistas clásicos del pensamiento filosófico en Cuba2 donde demuestra con creces la presencia constante del cinismo en figuras como José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco o Gaspar Cisneros Betancourt, a través del cual también nos introduce en una relectura de las corrientes políticas de las élites criollas del siglo XIX, especialmente de las relaciones entre el anexionismo pro EE.UU. y el independentismo, que pocas veces después de lo hecho por Raúl Cepero Bonilla se habían logrado en su calidad analítica.

8.
A partir de esta operación que antes definimos como de complejización analítica de las élites criollas y simplificación metódica de los sectores populares, la autora nos presentará una relectura crítica de la obra que se considera fundacional de la literatura cubana, Espejo de Paciencia, obra datada del siglo XVII cubano, de la cual igualmente nos demostrará en varios sentidos cómo es un derivado del cinismo constitutivo de la nacionalidad cubana. Pero justo en este punto debemos decir que la autora abusa de la generalización, como si de los hechos narrados por esa obra se prefiguraran directamente una identidad colectiva nacional y pasa por encima, tal vez muy postmodernamente, de las complejidades que introduce en la “comunidad nacional” la historia de las tensiones y conflictos entre las élites regionales en la isla y sus relaciones con los subordinados y subalternos.

Así, tomar de esa obra poética el pasaje del secuestro del Obispo de Bayamo, y ponderar de la actitud pasiva del prelado “ (…) dos de los rasgos más notables del cubano: la inercia (…) que se repetirá de generación hasta el día de hoy” y la del “camuflaje o disfraz” es, en el mejor de los casos, otro empeño por producir una política de identidad nacional otra. Empeño que reproduce todos los vicios generalizantes del discurso oficial y en el peor de los casos, pudiera ser una forma elegante de evitar zambullirse en la historia social y evitar que del cuadro de la Historia de Cuba emerjan voces y problemáticas que no afirmen una teleología de la cubanidad.

Espejo de Paciencia es una operación de cínica relegitimación, sí, pero específicamente de las élites bayamesas y principeñas frente a la corona española, en conflicto con los patriciados santiagueros y habaneros. Es la Historia de Cuba con mayúsculas, máquina de subalternizar impulsos liberatorios populares, como todas las de su tipo, la que convierte, por un impreciso acto de magia, a estos núcleos elitarios en cubanos. Lo anterior podría aceptarse pero desafortunadamente esa historia con mayúsculas hace más: convierte los mezquinos problemas de poder y predominio regional de esos clanes familiares, en los problemas de todos los habitantes de la isla, de todas las regiones y status sociales, hasta convertirlos en expresiones de la identidad nacional cubana.

En otras palabras, la Historia de Cuba de la cual se sirve disciplinadamente la autora de Aterrizaje… en esta parte del libro, nacionaliza los problemas particulares de las élites dominantes y organiza doctamente la amnesia colectiva de las acciones liberatorias populares. Es por esto que Elvia Rosa no tiene precaución de ignorar en su perspectiva de análisis sucesos ocurridos en esa misma región bayamesa, clasificados por la memoria del poder de antes y de ahora como la conspiración de Nicolás Morales, en 1795, pardo libre bayamés o la conspiración de Blas Tamayo en 1812, término con que se personaliza y simplifica la acción colectiva popular como parte de las “ (…) Precauciones que juzgo preciso se tomen para la seguridad de esta villa, y que no pululen las malas semillas de los intentos que promovía…”3, de forma tal que sobre esos hechos hoy no se puede decir nada, más allá de su existencia, ni siquiera si fueron cínicas o no en su accionar.

El notable historiador bayamés Ludín Fonseca García en su más reciente libro Bayamo: oligarquía y poder 1796-1812, publicado en el pasado 2012 por Ediciones Bayamo, con su calidad investigativa contribuye también, con una significativa dosis, a esa amnesia colectiva sobre las acciones liberatorias populares en Cuba, cuando afirma sin rodeos que “El desenvolvimiento de la sociedad bayamesa, de finales del siglo XVIII y principios del XIX, para ser comprendido, debe partir de un estudio que ponga de manifiesto el poder de la oligarquía”.

Esto pudiera en primera instancia entenderse como una opción metodológica de investigación, frente a la tremenda ausencia de documentación para una historia social del oriente de la isla, pero se convierte en una declaración de fe pro-oligárquica, cuando vemos que en el cuerpo del libro de Fonseca, las derrotadas conspiraciones de Nicolás Morales y Blas Tamayo sólo son analizadas desde el prisma de la oligarquía bayamesa y utilizadas por esta como medios de presión “para proyectar medidas y hacer valer sus exigencias-principalmente económicas-ante la Corona, hasta entonces con respuestas negativas”.

No es de extrañar que desde esta perspectiva la editora del libro de Ludín señale en la contraportada “Su autor escudriña en el papel desempeñado por los oligarcas de la llanura del Cauto y su doble moral; una ante el rey [de España] y otra ante sus congéneres, ambas persiguiendo el mismo objetivo: mantenerse en el poder”. Esta observación por supuesto que tributa y valida las tesis centrales de Elvia Rosa, pero lo hace desde una óptica donde al menos los oligarcas del Cauto no se confunden mágicamente con “sus congéneres”, ni son convertidos en “el cubano”, sino que son vistos como una élite específica, con problemas y proyectos propios a imponer sobre el resto de la sociedad.

9.
Otro momento en el libro en que la autora lleva a cabo sus objetivos de hacer una historia del cinismo, sobre la base de una simplificación metódica de la historia de los sectores populares en Cuba, es cuando Elvia Rosa se propone demostrar la naturaleza de la llamada Protesta de Baraguá, como un “aspaviento simbólico”, una “excentricidad performática” o un “performance cínico”.

Más allá de la siempre sana intención desmitificadora que porta la propuesta analítica de Aterrizaje… que en este tema emplaza la memoria histórica del Estado cubano en los años 90 del pasado siglo, cuando convirtió este hecho en su patrimonio simbólico, definir la Protesta de Baraguá como “excentricidad performática” o un “performance cínico”, deja a la sombra varias cuestiones que nos parecen importantes.

Elvia Rosa desconecta el suceso en cuestión del tejido de conflictos que emergieron dentro del campo independentista cubano desde 1871 hasta el final de la guerra. Pierde de vista, como mismo lo hace la memoria estatal cubana de los 90, que esta fue una protesta de los sectores populares orientales dentro del Ejercito Libertador, contra la capitulación de sus compañeros de armas ilustrados y republicanos, frente al ejército colonialista, y contra toda autoridad superior que dictaminara el destino de individuos libres sobre las armas. Por otro lado (algo sorprendente en alguien tan interesado en asuntos de hermenéutica y filosofía de la historia) desestima las posibilidades interpretativas descolonizadoras que pudiera tener ahora mismo ese hecho.

El origen de las limitaciones a su acercamiento a la Protesta de Baraguá es casi el mismo que el que percibimos en su abordaje de Espejo de paciencia: una impaciente voluntad por ubicar los hechos que analiza dentro del relato mitológico de la cubanidad, que ha servido, como hemos ido indicando, como coartada intelectual para cimentar la amnesia colectiva sobre las acciones liberatorias populares y nacionalizar los problemas particulares de las élites dominantes. En ese empeño, Elvia Rosa ha reproducido el mismo error que han cometido varias generaciones de investigadores que se han acercado al tema: dejarse llevar acríticamente por el volumen de documentación a posteriori de los hechos que produjeron los influyentes sectores ilustrados dentro del independentismo, partidarios de la capitulación del Zanjón, sin cotejarlo con el volumen de documentación producido in situ por aquellos que no acataron la rendición y que luego protagonizaron la llamada protesta de Baraguá.

En otras palabras, Elvia Rosa para llevar a cabo su supuestamente novedoso análisis de la Protesta de Baraguá como una “excentricidad performática” o un “performance cínico” se dejó llevar por criterios historiográficos conservadores, forjados por la burguesía patriótica mambisa de inicios de siglo XX, que labró su predominio político hasta 1933, fabricando en gran escala, desde posiciones oficiales, su propia mitificación y justificación histórica de su accionar.

Elvia Rosa en la página 85 del texto nos convoca a acercarnos a la “realidad de la manigua decimonónica cubana” y eso haremos. Como dejamos entrever en párrafos anteriores, los orígenes más tempranos del disenso que condujo a la paz del Zanjón los podríamos encontrar en el giro que se produjo a partir de 1871, cuando el recrudecimiento de la guerra y sus horrores hizo que, según Gaspar Cisneros Betancourt.

“(…) pasaran a ocupar posiciones en el ejército [libertador] hombres que no son republicanos (…) siendo lo principal la escasez de los hombres puros en que nos estamos encontrando (…) y cada vez lamentamos más el abandono que en el año 71 nos hizo aquella escogida juventud, que hubiera sido suficiente para dar jefes idóneos a toda la República y sostener los principios liberales, republicanos y democráticos (…).

En conjunción a lo anterior, Cisneros lamenta que:

“el militarismo (…) se está entronizando demasiado (…) y estos militares argumentan que los principios republicanos democráticos barrenan la disciplina militar, deseando una disciplina a ciegas en todas las acciones del soldado y que este no tenga derechos de ciudadano, sin lo cual creen que no puede haber ejército. ¡Qué equivocados están, ambas cosas pueden existir!”4

Pero lo que demostraron los hechos de la guerra posteriores a 1871 es que a partir de ese año quedó polarizado definitivamente el campo independentista en dos tendencias: los representantes del poder civil y los oficiales del Ejercito Libertador, las cuales llegarían a hacerse irreconciliables. Esto se irá profundizando a medida que se acentuó la crisis de la hegemonía de la clase terrateniente oriental en la conducción de la guerra, con el ascenso de los nuevos liderazgos que representaron hombres de pueblo, negros, como los hermanos Maceo, Guillermo Moncada, Flor Crombet, Jesus Rabí en Oriente o individuos blancos pobres o de la clase media de las Tunas, los más descollantes de ellos Vicente García y Leyte Vidal, salidos todos de la base de la sociedad colonial.

Frente a estas figuras, con su prestigio y eficacia bélica, los diputados, y en general los grupos ilustrados que se sintieron representados en el poder civil de la República en Armas, convirtieron el criterio personal de Cisneros Betancourt sobre la “escasez de hombres puros” en el razonamiento general de ese sector social. Cuando la ofensiva española llega a Lomas de Sevilla en Camagüey a inicios de 1877, donde estaba radicado, hacía dos tranquilos años, el gobierno de Cuba en Armas, prefirieron abrir la via de la negociación con los españoles a tener que trasladar el gobierno civil hacia la región oriental. En el oriente eran escasos los hombres “puros”, pero era una realidad más palpable el control de los campos por los independentistas y podría estar más seguro el gobierno civil en ese momento.

Este pasaje de cálculo político clasista y de quiebre moral de los representantes de la Cámara de la República en Armas se ha edulcorado de manera sistemática con la idea de un “agotamiento general de las fuerzas independentistas”. A la luz de este escenario, interesadamente desfigurado y buenamente pasado por alto en Aterrizaje… es que Elvia Rosa ubica su denominado “aspaviento simbólico” o “performance cínico”.

Para nosotros de lo que se trata no es de levantar a estas alturas del tiempo un trasnochado retro-triunfalismo “patriótico-militar” de funestos usos en el pasado y en el presente, con el cual “salirle al paso” a Elvia Rosa. Lo que creemos importante frente al asunto que ella plantea es poder saber si su proyecto de investigación histórica del cinismo en Cuba permite o no ir más allá del sano ejercicio de desmontar ciertos mitos paralizantes y hacer una contribución a una necesaria historia de la gente sin historia en Cuba, donde lo sagrado, lo único que realmente echa raíces, no sea envenenado con las aguas del moderno cinismo, sino re-significado de manera liberadora.

Por otro lado, y vinculado a lo anterior, sería útil calibrar si su proyecto de investigación posibilita una superación de los mitos de la Ilustración que han garantizado la permanente colonización cultural de nuestro pasado, de los conceptos con que pensamos nuestra realidad y que han castrado la imaginación liberatoria en el presente, frente a las sucesivas modalidades de despotismo que han asolado a este territorio nuestro.

10.
Lo decepcionante de Aterrizaje… en este sentido, y a propósito de la protesta de Baraguá, es que bajo la perspectiva desacralizadora con que la autora se acerca a ese hecho, reproduce el mismo enfoque personalista y caudillista, vigente en el imaginario dominante en Cuba hoy, concentrado en el hacer de individuos providenciales. Así en la página 85 de Aterrizaje…, para Elvia Rosa la Protesta de Baraguá se explica mejor por “la voluntad personal de un aguerrido independentista”, sin percibir que Maceo formaba parte de una red social, donde él no era el vértice decisor exclusivo, ni su liderazgo estaba dado sólo por decisión de sus superiores, sino por ser la encarnación de la moralidad colectiva del grupo social donde él estaba situado.

Elvia Rosa comete el mismo error de los manuales comunes de Historia de Cuba, al creer que la Protesta de Baraguá fue resultado del “aspaviento cínico”, que un caudillo le impuso a su oficialidad obediente, de acuerdo con los principios de la funesta disciplina militar moderna. La documentación, igualmente encontrada por Jorge Ibarra, en el fondo Donativos y Remisiones del Archivo Nacional de Cuba, permite entrever otra realidad, distinta a la que ha sido recreada por el imaginario patriótico militar al uso, donde los compañeros de armas de Maceo no fueron entes pasivos subordinados a sus decisiones personales caudillistas.

Las comunicaciones que estableció Vicente García desde Las Tunas, a inicios de 1878, con los oficiales orientales, vinculados a Maceo, para informarles de los planes de capitulación que se estaban fraguando en Camagüey y Las Villas, muestra que individuos como Guillermo Moncada, José Maceo, Flor Crombet, Silverio del Prado, Pedro Martínez Freire, Leyte Vidal, Modesto Fonseca, líderes en distintas localidades orientales, ya tenían un criterio contrario a la capitulación desde antes que Maceo lanzara su “aspaviento simbólico”. De forma tal que cuando están por concluir las conversaciones en el famoso sitio de los Mangos de Baraguá, en el momento en que ya desalentado, Martínez Campos le dice a Maceo “Es decir, que no nos entendemos?” y este le responde el célebre “No, no nos entendemos”, las conversaciones no concluyeron ahí. En un esfuerzo desesperado, Martínez Campos le pide que consulte esto con sus compañeros de armas, a lo cual Maceo le responde “Es inútil, soy el eco de esos jefes y oficiales”.5

Este pequeño pasaje, pasado por alto habitualmente en las rememoraciones de ese hecho, denota el imaginario personalista y caudillista con que ha sido evocado, y derivado de ello, la voluntad de la memoria histórica dominante hoy, por minimizar el protagonismo colectivo de los estratos populares en hechos liberatorios y el empeño por no comprender y desconocer el mundo popular cubano, en sus luces y en sus sombras. Desafortunadamente en estos asuntos poco han aportado los postmodernos cubanos, mas alla de sus sanos propósitos desacralizadores de la historia.

Arsenio Martínez Campos dejó muestras de tener una mejor comprensión de estos asuntos, al señalar en una de sus comunicaciones oficiales a sus superiores, que las raíces de la resistencia de los mambises orientales tenía como premisa “el género de vida propio de los campos de Cuba Libre (…) donde hay muchos tenaces que no quieren más que ese género de vida (…)”6. Ese factor, agudamente tenido en cuenta por el general español, es a nuestro entender un factor clave que queda nuevamente pasado por alto en la perspectiva analítica de Aterrizaje… a la hora de ver la Protesta de Baraguá como un “performance cínico” y a la vez puede servir de base más firme para poder superar las ficciones “civilistas” y “militaristas” con que aún se intentan explicar las revoluciones independentistas cubanas.

11.
Otros hechos resaltados por Elvia Rosa en su reconstrucción histórica del cinismo llaman nuestra atención en este diálogo, pero ni el tiempo, ni el espacio ya lo permiten. Para esta sección final del presente texto sólo me gustaría conjeturar varios aspectos que se desprenden de este libro. Ya hemos señalado que Aterrizaje… es un producto intelectual del ambiente de los terribles y hermosos años 90 en Cuba y el libro lleva sus marcas, especialmente cuando se adentra en las correlaciones tensas entre patriotismo y desencanto, entre patriotismo, tristeza y depresión. Con este abordaje Elvia Rosa nos mostrará estupendamente cómo esos elementos han sido una constante en el pensamiento de las élites intelectuales cubanas, en aras de auscultar los horrores del mundo moral que generó la modernidad en la isla que ellos mismos promovieron y auspiciaron.

La plataforma analítica de Elvia Rosa Castro tendrá aquí, en los pensadores cubanos del siglo XIX, su asidero y precedente más sólido y así nos lo hace saber. Lo que nos preocupa en este asunto es que se pierda de vista la magnitud de las discontinuidades que hay entre el proyecto intelectual que está contenido en Aterrizaje… y el de sus predecesores cubanos, puesto que si bien pueden hallarse anclajes y actitudes comunes con importantes pensadores cubanos del siglo XIX cubano y aún con la filosofía griega clásica, el cinismo actual en Cuba se deriva en medida igualmente decisiva de la dinámica de la sociedad contemporánea y sus imaginarios, plenamente establecidos en Cuba, a pesar de las peculiaridades que todavía nos identifican.

En este escenario resulta como menos inquietante que la autora de Aterrizaje… nos presente un texto donde uno de sus propósitos fundamentales sea legitimar el cinismo vigente en un área de la realidad cubana actual como la de las artes visuales, creando una genealogía específica para tal cuestión. Teniendo a la vista este hecho se podría pensar que Aterrizaje… es uno de esos textos precursores que anuncian cómo se produce una transición en los usos de la memoria histórica: de una como herramienta para el disciplinamiento y la identificación popular con la mitología estatal, a otra historia centrada en servir de fundamento para la legitimación de la “lucha” de las elites intelectuales cubanas, en su proceso de inserción plena en el mercado académico global.

Estar al tanto de los saberes y las memorias históricas que están generando esos empeños y especialmente sus efectos sobre la dinámica general de la gobernabilidad en la Cuba de hoy, es un trabajo sucio, pero “socialmente útil”, en el que nos hemos empeñado lo más que hemos podido, con el propósito de llamar la atención de aquellas zonas del texto de Elvia Rosa que pudieran tributar, de manera involuntaria o no, a apuntalar intelectualmente un orden de cosas, regido por la creciente organización de la nueva hegemonía cultural que se están labrando en Cuba, los viejos antiimperialistas liberales, los neo liberales cosmopolitas de nuevo cuño y los viejos y nuevos estalinistas, en una alianza donde el cinismo es y será, a no dudarlo, un recurso estratégico.

Entre el Reparto Eléctrico- Coco Solo- Los Pocitos, siempre en la periferia, septiembre, 2013

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1. O transdominación como lo define con más precisión nuestro compañero Dimitri Prieto.<<

2. No cubano propiamente, como ella misma acota, siguiendo al notable filósofo habanero Alexis Jardines.<<

3. Según consta en carta del Subinspector del Batallón de Pardos de Bayamo, al Gobernador de Oriente en septiembre de 1795.<<

4. Archivo Nacional de Cuba. Academia de la Historia, caja 506, no.648, f. 1-35. El acceso público a esta documentación se lo debemos agradecer al historiador marxista Jorge Ibarra, que ha roto lanzas con muchos de los criterios historiográficos establecidos, heredados acríticamente de la hegemonía burguesa y colonial decimonónica y ha desplegado un trabajo investigativo, cuyos resultados pueden ser discutibles, pero son de un valor insoslayable como para ser ignorados. Ver: Encrucijadas de la guerra prolongada. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2008.<<

5. Cuadernos de Salud Pública. Dr. Fernando Figueredo Socarrás: La guerra de Cuba en 1878 (La Protesta de Baraguá), 56, La Habana,1973.<<

6. Pirala, Antonio: Anales de la guerra de Cuba. Imprenta F. Gonzales Rojas, Madrid, 1895-1898, 3 tomos.<<